jueves, 26 de febrero de 2015


ÍNDICE
(28 notas hasta ahora)
















viernes, 31 de octubre de 2014


El Extraño Caso del Doctor Frink.


Paciente: Horace Westlake Frink.
Terapeutas: Sigmund Freud, Abraham Brill, Thaddeus Ames, Adolf Meyer, un Rancho de Nuevo México.
Aflicción: Algunos autores suponen depresión maníaca.
Terapia empleada: Psicoanálisis, Psicoanálisis didáctico, Asesoría económico-matrimonial.
Resultado: depresión, ataques psicóticos e intentos de suicidio.

“Si Sigmund Freud fue muchas veces acusado injustamente de todo tipo de torpezas imaginarias, y sobre todo de haber disfrazado de éxitos los fracasos terapéuticos, o de haber "explotado" a pacientes, es preciso reconocer que con Horace Frink se comportó de una manera verdaderamente desastrosa.”
(Roudinesco-Plon, Diccionario de Psicoanálisis, 2005.)

“Soy el peor que ha existido.  Si mi cerebro fuera dinamita, no alcanzaría siquiera a volarme el sombrero”
(Carta de Horace Frink a su prometida, Doris Best, 1909).

[Resumen del caso: El paciente, analista, sumiso,  inicia un análisis de tipo didáctico. Freud descubre que su homosexualidad reprimida sólo puede curarse si abandona a su esposa y se casa con su amante, la adinerada Angélika Bijur, que también era paciente de ambos. A pesar de las dudas de la pareja, Freud insiste, y recomienda además que Angélika comparta su fortuna con su nuevo marido, y que éste a su vez haga lo mismo con “la causa del Psicoanálisis”. Freud también presionará al paciente para que sea el “jefe” del movimiento psicoanalítico americano. El resultado es un agravamiento de la depresión del paciente, su fracaso general –como líder, como analista, como esposo- la internación psiquiátrica y algunos intentos de suicidio.]

 Nuestra historia transcurre en los tiempos en que el Psicoanálisis parecía una opción mejor que la lobotomía con picahielos o la electrocución. Eran tiempos ingenuos.
A medias asentado en Europa, Freud buscaba propagar su teoría en Estados Unidos, país que despreciaba profundamente. Ya existían allí algunas asociaciones y habían quedado atrás sus giras triunfales con Jung -cuando Jung era todavía recomendable. Abraham Arden Brill, el primer analista de nuestro paciente, dominaría el panorama psicoanalítico oficial luego de la muerte de James Putnam,  aunque no contaba del todo con el beneplácito de Freud…
Brill fue el primer traductor al inglés de Freud y, en compañía de Oberndorf  y Frink, había fundado en 1911 la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York (de ahora en más referida como SPNY), a la que seguiría la –opuesta- fundación inmediata de la Asociación Americana de Psicoanálisis, por parte de Ernest Jones, en Toronto. Luego, Brill, Oberndorf y Frink se dedicarían a predicar la buena nueva del Psicoanálisis, ya sea introduciéndolo clandestinamente en sus clases, o creando una sección de Psicoanálisis en la Asociación de Psiquiatría de América.
Oberndorf, en su “Historia del Psicoanálisis en América” confiesa no saber por qué Freud no confiaba en Brill.  Aparentemente Brill era opuesto en un principio al análisis por parte de legos, pero también existían otras importantes querellas mobiliarias; según refiere Oberndorf:

“…cuando señalé que Brill, entre otros analistas americanos, no usaba el diván, Freud replicó molesto: ‘en este importante asunto, también, se ha desviado’”.

También se menciona que Brill era judío, austríaco, y hablaba un inglés quebrado con un indeleble acento polaco.
Aunque es posible que hubiera otras razones; Freud era increíblemente veloz para sacar conclusiones a partir de rasgos mínimos. Bastaba, por ejemplo,  enderezarse la raya del pantalón antes de acostarse para la primera sesión“ para que Freud “supiera” que tenía en frente  a alguien que “revela haber sido antaño un coprófilo de extremo refinamiento” (Freud, Nuevos consejos sobre la técnica del Psicoanálisis I, Sobre la iniciación del tratamiento, 1913).

El hecho es que Freud prefería a Frink como su apóstol allende los mares, ya sea por su sentido del humor, su abyecta sumisión, o sus perspectivas económicas.

Horace Westlake Frink había nacido en 1883, en Nueva York. Luego del abandono de sus padres por motivos laborales, fue criado por su tío.
En 1901 era alumno de Adolf Meyer en el Colegio de Medicina de Cornell;  se gradúa en 1905 y comienza sus prácticas como cirujano en Bellevue, entre 1906 y 1907. En este año una herida infectada en el índice termina destruyéndole el tendón e incapacitándolo para operar (Sylas Warner pretende, en cambio, que su carrera en la cirugía terminaría luego de negarse a intervenir  a un paciente de 13 años, que moriría en la mesa de operaciones en manos de otro cirujano).  Luego de esto sufriría un episodio de depresión, mientras comenzaba a interesarse por la psiquiatría y el Psicoanálisis y era cuidado por su amiga Doris Best, con quién se casaría en 1910.
En 1911 comienza su análisis con Abraham Arden Brill, y luego lo continúa, en compañía de su esposa, con Thaddeus Ames.
Esto no impide que Frink ya sea psicoanalista, y tenga entre sus pacientes a su futura esposa, la rica heredera de banqueros Angélika Wertheim Bijur, derivada por Brill y, durante un breve lapso, a su esposo, el comerciante de tabaco Abraham Bijur  -que en manos de Roudinesco se convierte inexplicablemente en “un ilustre jurista”-  que luego sería también paciente de Thaddeus Ames.

Esta es la clase de terapia que según parece era común en esos años: según las propias palabras de Angélika:

 La corte que me ha hecho el doctor F.  [Frink] me ha liberado de la prisión en la que estaba yo sola encerrada... A medida que me descubría, él parecía encontrarse a sí mismo y me deseaba”.

Los episodios depresivos de Frink se suceden en 1915 y 1918, cuando sufre lo que él llama “jaquecas tóxicas”. El historiador Borch-Jacobsen sugiere que fantaseaba con abandonar a su familia o suicidarse.
Aunque nada de esto le impide seguir ejerciendo su profesión, ser elegido presidente de la SPNY (1913), y terminar su libro, “Morbids fears and compulsión”, de 1918, que alcanzaría cierta notoriedad. (El año de su publicación hace que no sea sorprendente el hallazgo de palabras como “negro” (sic) y “chinaman”).

Ya en el prólogo, su Autor declaraba “no tener gran simpatía por las innovaciones teóricas y técnicas introducidas recientemente en el psicoanálisis por las escuelas de Jung y Adler”, y que su libro pretendía presentar “las doctrinas freudianas puras”, para cuya tarea  había “seguido los escritos de Freud detenidamente, no dudando a veces incluso en tomar prestadas sus palabras”.
En uno de los dos casos que analiza en su obra, le explica a una joven que su miedo a socializar es en realidad miedo al sexo; que su desprecio por un hombre en particular es en realidad atracción; y que una amiga haya abusado sexualmente de ella se debe a un impulso “perfectamente normal (…) y que lo único criticable en su caso era que había sido mal orientado”.

   Mucho más interesante es  el otro caso. Una mujer que creía haber sido hechizada por un adivino ( “un gordo, sucio e ignorante judío austríaco que habitaba en una casa grasienta”)  le pregunta si puede o no casarse, pues teme morir o enloquecer y/o que su futuro marido muriera o enfermara. Frink se detiene explicando que se debe ser cauteloso en estos casos, pues el temor irracional en realidad puede ocultar la insatisfacción del paciente con la idea de casarse. Y señala que “sería un serio error aconsejar al paciente que siga adelante con sus planes de boda a despecho de sus temores…”
   La paciente es tratada con fármacos, hipnosis, baños y Psicoanálisis. Luego todo es previsible: odia a su madre y desea sexualmente a su padre, quien, según refiere, abusaba de ella desde los 12 años, hasta que una protesta airada terminó con esa costumbre. Más adelante Frink nos explicaría que la obsesión de su paciente tenía como fin llamar la atención del padre, para obtener “una suerte de compensación por la pérdida de esa otra forma, más física, de gratificación [eufemismo por abuso sexual]”.
Tras un largo rodeo pleno de interpretaciones, tuberculosis, bodas, y non sequitur  se descubre (de nuevo) que la paciente está enamorada de su padre.

   El éxito del libro no impidió que Frink volviera a deprimirse. En 1920 se retira a un Rancho en Nuevo México –el equivalente americano a las “clínicas de reposo” y las “aguas termales” europeas.
Con una fama creciente, analizado dos veces, casado con Doris Best (con quién tenía dos hijos), amante de una paciente, Angélika Bijur, casada a su vez y con dos hijos adoptados, Frink decide completar sus estudios haciéndose analizar por Freud.

Freud accede en una carta del  10 de agosto de ese año:

“…Mis honorarios son los mismos para médicos que para pacientes ordinarios, $10 dólares la hora [unos 127 dólares actuales],  pagados no en coronas austríacas sino en su dinero.”

Y, de paso, viola un poco la ética profesional hablándole de otro paciente y colega:

“Espero lograr algo con el Doctor Adolf Stern. Lo que mayormente está mal con él es su actitud pasiva o femenina hacia los hombres”.


El 21 de enero de 1921 Freud  advierte a Brill, mediante una carta escrita en alemán:

“Espero al Dr. Frink aquí en Viena el primero de marzo. No se sorprenda si oye que quiero pedirle a él que se haga cargo de la función a la que, por supuesto, Usted tendría derecho prioritario.”

Ya en Viena ese año, un exuberante Frink escribe:

“Era muy feliz y mucho más voluble y alegre de lo que nunca había sido...”

Freud también está encantado, y comenta a Brill que Frink “muestra signos excepcionales de profunda comprensión y ha aprendido tanto de su propia neurosis [que tiene] las mejores esperanzas para su porvenir como terapeuta”. Freud lo consideraba “el más brillante y prometedor de los jóvenes americanos”.

El análisis didáctico de Frink duró de marzo a julio de 1921; Freud no se había molestado en averiguar sobre la historia de depresiones de su paciente.
Durante las sesiones, Frink comenta sobre su amante millonaria, y la posibilidad de divorciarse. Roudinesco refiere que es Angélika quien “consulta” a Freud, cuando todas las otras fuentes dejan en claro que  Freud mismo fue quien la instó a visitarlo y convertirse en su paciente.
En palabras de Angélika:

“En julio, después de cinco meses de análisis, me uno al doctor F.[Frink] en Viena, atendiendo a sus cartas suplicantes en las que me decía que tenía necesidad de mí para terminar su análisis con éxito. A mi llegada, lo encontré en un estado que sé ahora que es el de la depresión. Freud le había aconsejado que me hiciera venir ya que, según él, se curaría incluso antes de que llegara. Cuando conocí a Freud, me aconsejó que me divorciara en nombre de mi propia existencia que no estaba terminada... y porque si dejaba al doctor F. ahora, no conseguiría nunca volver a la normalidad y desarrollaría probablemente una homosexualidad extremadamente reprimida”.

Es decir que Freud exige la visita y análisis de Angélika Bijur -amante de otro de sus pacientes- y decide, sin conocerlos, sin conocer a sus familias, que lo mejor para todos es que abandonen a sus cónyuges y se casen. Ambos aceptan con solemnidad el oráculo de la calle Bergasse pero, sin embargo, Frink, carcomido por la culpa, cae en una nueva depresión y cree que la sucesión de divorcios y casamientos será un error.
Ante las crecientes dudas, la pareja recibe una carta del 12 de septiembre de 1921, en la que Freud vaticina y consuela:

“Esto es lo que he respondido a un largo mensaje de desesperanza de la Señora B. [Angélika]: ‘Esto no es un error, sea amable y paciente’. Espero que no fuera sibilino. Ella deseaba saber si yo estaba seguro de su amor por ella o si debía reconocer que me había equivocado. Verá, no he cambiado de punto de vista y pienso que la historia de ustedes es perfectamente coherente... (…) En cuanto a su esposa (Doris) no dudo de sus buenas intenciones, pero sus cartas son desatadas e irracionales. Estoy persuadido de que una vez hay pasado la tormenta, volverá a ser como antes. La Señora B. tiene un corazón de oro. Dígale que no debe experimentar error hacia el trabajo analítico porque eso sería un factor de complicaciones sentimentales. Lo único que hace es poner al día las dificultades pero no las crea... No creo que sea útil que prosiga usted su análisis... Su trabajo está terminado... ”

Horace Frink paseando con su amo.


Frink confiesa que su actitud era  la de un niño frente a la inmensa sabiduría de un padre (…) En la época, yo tenía el sentimiento de que Freud encarnaba la más alta autoridad. Tenía una confianza total en él y me sentía feliz... ”.

Reenvió la carta con un añadido:

 “Angie querida, te mando una copia del correo de Freud que, espero, te aliviará tanto como me ha aliviado a mí. Quiero conservar el original, podría un día interesar a nuestros hijos. Soy tan, tan feliz”.

Ese mismo año, Frink vuelve a decaer. Llora constantemente y parece cada vez menos interesado por Angélika… Por fortuna, Freud se lo explica todo en una carta de noviembre de 1921:

He exigido a Angie [Angélika Bijur] que no repita a extraños el consejo que le he dado: casarse con usted porque usted corría el riesgo de sufrir una descompensación nerviosa. […] ¿Puedo sugerirle que su idea de que ella ha perdido una parte de su belleza podría transformarse en la idea de la adquisición de una parte de su fortuna?  Usted se queja de no comprender su homosexualidad, lo cual implica que no es consciente de su fantasía de hacer de mí un hombre rico. Si todo resulta bien, convirtamos ese obsequio imaginario en una contribución real al fondo psicoanalítico.”

Mientras Sylas Warner se pregunta si no era en realidad Freud el que tenía la fantasía de convertirse en un hombre rico gracias a Angélika Bijur, la chica del corazón de oro, Roudinesco, en cambio, aclara así esta bella carta y la descarada institución de la “donación terapéutica”:

“Como todos sus discípulos, Freud contribuía a la financiación del movimiento psicoanalítico. Y en este aspecto no es de sorprender que haya sido capaz de plantear la idea de que Frink también podía participar en ese financiamiento mediante una donación, a fin de sanar de sus fantasías.”
(Roudinesco,  Freud, En su tiempo y en el nuestro, 2014).


Frink pide el divorcio a su mujer, y también que abandonara la ciudad con rumbo a Nevada, para evitar el escándalo; Doris Best calla y acata. De ahora en más vivirá en hoteles y pensiones, con sus dos niños a cuestas.
Abraham Bijur resulta menos complaciente. Escribe una carta de denuncia que pretende publicar  en la prensa de Nueva York, y que reproducimos:

 “Dr. Freud. Recientemente, dos de sus pacientes, un hombre y una mujer, me han informado de que fueron a verle con el fin de que usted diera claramente su acuerdo o su rechazo a su matrimonio. Por el momento, ese hombre está casado con otra mujer, padre de dos hijos y ligado a la ética de una profesión que exige no sacar ningún privilegio de la confidencialidad debida a sus pacientes y a su descendencia inmediata. La mujer con la que quiere casarse ahora es una de sus antiguas pacientes. Él sostiene que usted autoriza ese divorcio y ese nuevo matrimonio, aunque usted nunca haya visto a su esposa legítima ni analizado sus sentimientos, sus intereses, incluidos sus deseos reales. La mujer con la que quiere casarse es la mía... ¿Cómo puede usted ponerse en mi lugar? ¿Cómo puede usted prescribir un diagnóstico tal que va a arruinar la felicidad y la vida de familia de un hombre y una mujer, sin conocer al menos a las víctimas, sin al menos verificar que éstas merecen tal castigo, sin preguntarles si no existiría una solución mejor?...
... ¿Será usted un charlatán, muy querido Doktor? Respóndame por favor, esta mujer es la mujer a la que amo... ”

Thaddeus  Ames, entonces Presidente de la SPNY,  escribe a Freud el 10 de septiembre de 1921, sobre las amenazas de Abraham Bijur, incluida su carta:

Si esto se hace público, los miembros de la Sociedad de Nueva York probablemente se opondrán a Frink si piensan que su notoriedad significará menos pacientes y dinero para ellos.”

Y de paso, mete su cuchara:

“Mi plan es pedirle a Frink una carta de renuncia a la sociedad, y yo la recibiré como Presidente (…) y no lo registraré en las actas o lo presentaré a la sociedad a menos que sea necesario.

El 9 de octubre Freud responde a Ames con decidida ambivalencia:

“Como Usted también es un analista, puede confiar en que no haya pensado en la posibilidad de que yo haya obrado como consejero de Frink y la Señora Bijur. Ese es uno de los rasgos distintivos de los junguianos que nosotros evitamos. Yo simplemente tuve que leer la mente de mi paciente y hallar que él amaba a la Señora Bijur, la deseaba ardientemente y le faltaba el coraje para confesárselo a sí mismo.”
“Tuve que explicarle cuáles eran sus dificultades y no negué que consideraba como un derecho de todo ser humano buscar la satisfacción sexual y el amor si veía un medio de conseguirlo. (…) tuve que tomar el partido de sus pensamientos  inconscientes y de ese modo abogar por su deseo de divorcio y nupcias con la Señora Bijur. La hallé a ella también dubitativa. Ella dudaba de si Frink la amaba, y si lo hacía lo suficiente. Entonces, para mí, fue un caso de honorable, serio amor, contra las convenciones. Confieso un total desprecio por la opinión pública y, especialmente, por la opinión pública de América,  donde la vida parece estar  incluso más gobernada por la hipocresía y la moralina que aquí.”


Recuérdese que Freud no conocía a Abraham Bijur, ni a Doris Best, y apenas había tratado a Frink y a Angélika, pero suponemos que estos detalles son nimios para alguien que puede leer las mentes
Abraham Bijur murió oportunamente de cáncer al año siguiente, dejando inconclusa su venganza. Freud había encontrado su carta “tonta” y “estúpida”.

Frink, entretanto, empeora, pero Freud lo felicita por ello; el 20 de febrero de 1922 escribe:

“Dado que es un juego, en su totalidad; su sadismo reprimido asciende y toma entonces la forma de humor muy fino, tan cínico como inofensivo. Personalmente, nunca me ha dado miedo. Juega usted con él mientras se tortura como a su entorno, y avanza usted así progresivamente por el camino que le conducirá a la “buena solución”.

En este declive de saludable depresión creciente, Frink empieza a tener ideas suicidas y decide peregrinar nuevamente a Viena en busca de consejo. El segundo período de análisis duró de abril a julio de 1922.
Frink se imaginaba entonces metido en una tumba;  tiene episodios psicóticos, despersonalización, y “percepciones homosexuales” (?). Se queja de una sensación nebulosa y durante las sesiones da vueltas en círculo frenéticamente. Halla a su prometida semejante a  un homosexual, a un hombre, como un cerdo”. A su colega y paciente Abram Kardiner le explicaría que “no tenía conciencia de mi cuerpo, sólo de mis labios”.
Debe ser cuidado por un médico que lo vigila en el hotel.

Pero Freud insiste con el casamiento como si ya hubiese alquilado el traje, incluso de formas sutiles: en ocasión del Congreso Internacional de Psiquiatría de Berlín, Freud obsequia a Angélika Bijur una foto suya,  con una dedicatoria a:

 Angie Frink, en recuerdo de su viejo amigo, Sigmund Freud, septiembre de 1922”.

Todo sea por el amor: en 1922, luego de que Angélika Bijur gastara 2000 dólares en joyería, Freud comentó a la mujer de Otto Rank:

Si una mujer tiene tanto dinero, gasta tanto en una joya, cuánto cree Usted que daría por la Editorial [Se refería a la Editorial Psicoanalítica Internacional, fundada por Freud y entonces en decadencia]”.
 (Lieberman, Vida de Otto Rank, 1985 -citado en Sullloway, Reassessing Freud's Case Histories, 1991).

Angélika escribrá más adelante a Adolf Meyer:

“El 23 de diciembre, Freud ha declarado brutalmente que su psicoanálisis estaba terminado, que el doctor F. [Frink] le utilizaba en la actualidad para mantener su neurosis, que tenía que casarse, tener hijos y conseguiría pronto vivir feliz en las condiciones que el mismo habría conseguido”.

Angélika y Frink se casan en París el 27 de diciembre de 1922; más adelante, el atormentado cónyuge diría que se sentía “extraño e irreal” durante la boda. Mientras están de luna de miel en Egipto, en enero de 1923, Frink es elegido nuevo Presidente de la SPNY.


En uno de los tantos casos de traicionar el anonimato, la neutralidad  y la confidencialidad de sus pacientes Freud le dice a Oberndorf, recostado en su diván, que Frink y Angélika Bijur se habían casado en América.
Según Oberndorf, “basado en su conocimiento personal de sus orígenes, aspiraciones sociales, y ambiciones”, “eso nunca podría funcionar. Sus metas en la vida son demasiado diferentes” (Ames, terapeuta de Abraham Bijur era de la misma opinión y se lo hizo saber a Freud).
A lo que Freud replicó, por supuesto:

“Pero no si ella está sexualmente satisfecha”.


 Estas y otras discusiones de Oberndorf con Freud -quien llegó a calificarlo como “el peor entre los analistas americanos”, “un estúpido y un arrogante”- habrían de tener como resultado que se lo apartara de la sociedad psicoanalítica.

Si bien el análisis no liberó a Frink de su depresión, al menos, logró considerables progresos en  aumentar su arrogancia y autoritarismo.
Oberndorf cuenta que cuando Frink llega a Nueva York en 1923 se comporta  como “si hubiera sido designado el líder del psicoanálisis en la ciudad –acaso, en América”. Millet asegura que Frink, por orden de Freud, fue encargado de “purificar  de desviaciones la Sociedad de Nueva York” y convertirse en el “autoproclamado líder del Comité Educacional”.
Frink y Oberndorf tendrían este diálogo, referido por Abram Kardiner:

Oberndorf:- ¿Por qué tomas a estos novicios y los pones en posiciones importantes y yo soy dejado afuera?
Frink: - Lo siento, estoy siguiendo órdenes. Freud no te quiere dentro.


Una reseña de Frink (1923) sobre el libro de Brill, “Psicoanálisis, sus teorías y aplicación práctica” dispara nuevas rencillas en América. He aquí un fragmento que permite conjeturar el tono general:
 “La imagen que presenta del Psicoanálisis es imperfecta, distorsionada, vaga y confusa.  La exposición de la teoría es a menudo desordenada o inadecuada (…) es como un guía turístico que, prometiendo al visitante que le mostrará la ciudad de Nueva York, lo lleva sólo a Greenwich Village”.

En febrero de 1923 a Freud le descubren un tumor en la mandíbula que sería operado en abril de ese año, aunque eso no mitiga su ambición de manejar el movimiento psicoanalítico por control remoto. El 25 de abril Freud escribe a Frink:

“Sabes quién es Brill, cuán importante fueron sus méritos y que estos no desaparecerán por las objeciones que justamente le exponemos, y estoy seguro de que sabes que molestarlo no es tampoco una buena política ni un modo apropiado de corregirlo o sustituirlo. “

Al  margen de estas disputas, la sufrida Doris Best muere de neumonía en su escondite de Chatham el 4 de mayo de 1923. A Frink, que había ido a verla a la clínica, le vedan la entrada a su habitación.

Frink y Angélika quedan a cargo de los niños. El estado de Frink empeora y llega a golpear a su mujer hasta ponerle un ojo negro.
Con  su cordura se desvanece también  su poder dentro de la SPNY; en marzo de 1924 se nombra un Presidente interino que lo remplaza por razones de salud mental.
Curado varias veces por Freud, Frink es internado en la clínica psiquiátrica Phipps del Hospital John Hopkins de Baltimore, a cargo de su antiguo profesor, Adolf Meyer, quien  guardaría entre sus papeles parte de la correspondencia menguante entre Frink y Freud, que luego haría pública la hija de aquél, Helen Kraft Frink.
El 22 de junio Frink vuelve al rancho de Nuevo Mexico. En una carta a Meyer comenta:

Debería odiar la idea de practicar de nuevo el Psicoanálisis,  después  de lo que me ha hecho. Pero es la única manera que tengo de ganarme la vida. Estoy muy enfermo y deprimido…”

Meyer, ante los apremios de Angélika, le impide las visitas regulares, pero acepta concertar una reunión el 24 junio, en un Hotel de Baltimore. Frink se encuentra deprimido  y ausente. Según Angélika:

“No me manifiesta ningún afecto (…) Me hablaba de que había descubierto un error fundamental en la presentación de Freud de no sé qué problema, y que él se dedicaría a ello para publicar un libro que demostrará que sus conclusiones –las de Freud- eran erróneas.”

Habiéndole escrito Angélika a Freud, este le respondió escuetamente:

“Lo siento. Su fracaso era el dinero”. 

Aparentemente, el fracaso de la pareja se debía a que Angélika -que ya sospechaba de los intereses de Freud en cuanto a su “terapia nupcial”-  no compartía su dinero con Frink, aunque ella lo había financiado mientras escribía su libro, pagado su análisis y el de un amigo –Monroe Meyer-,  las cuentas de sus médicos, su divorcio de Doris Best, y será a la larga quien mantendrá a Frink luego de su segundo divorcio.
Al dorso del telegrama, Angélika escribiría:

“¡Me gustaría tener el valor de publicar esto [el telegrama] como ejemplo de lo que fue para mí la ‘terapéutica’ de Freud! “.

El 31 de julio Angélika empieza a tramitar su divorcio. Meyer acompaña a Frink a las audiencias. Refiere que Angélika  rehúsa  dar la mano a su marido. Meyer confesaba estar asqueado con el caso:

La actitud de Freud fue de instigación y sugestión, fuertemente contradictoria con su pretensión habitual de evitar esos factores”.

Nuestro paciente pasa los días deprimido, llorando ocasionalmente. Un interno de servicio recuerda haberle oído decir que  hubiera deseado quedar con mi primera mujer. Si estuviera aun con vida, volvería con ella”.

Intenta suicidarse con una sobredosis de somníferos (Veronal  y Luminal) el 27 de octubre. Luego se cortaría la arteria ulnar pero, de nuevo, con un éxito muy moderado. Pasa a ser internado en el Hospital McLean, en Waverly (MA), en noviembre de 1924.
Ya a fines de ese año, su nuevo psicólogo, R.H Packard, escribe a Meyer que su paciente mejora, y refiere sus opiniones sobre Freud:

El tratamiento y los consejos que le daba eran todos perjudiciales, aplicados en detrimento de los intereses de su paciente... Su mujer es también tan feroz como él hacia Freud y en cierto sentido, hacia su marido... ”.

En 1927 Frink vive del dinero logrado con su divorcio, con sus dos hijos recuperados en una vulgar pensión de Hillsdale. Nunca volvió a escribir libros. Se casa en 1935 con Ruth Frye.
En 1936, a los 53 años,  su enfermedad retorna. Comienza a agitarse y a recordar intempestivamente a Angélika; advierte a su hija que se estaba volviendo loco y es internado en el Pine Bluff Sanitarium.
Una vez allí, el 18 de abril, finalmente se calma y se cura completamente, de todo: su certificado de defunción  lista entre sus padecimientos psicosis maniaco-depresiva, arterosclerosis y miocarditis crónica.

Luego de muerto, se halló sobre su mesita de noche un paquete de viejas cartas de su primera esposa, Doris Best.

Epílogo I

Es sabido que Freud compartía acríticamente los prejuicios europeos sobre los estadounidenses. Llegó a decir alguna vez,  sobre el descubrimiento de América:

“El descubrimiento del tabaco es la única excusa que conozco para la fechoría de Colón… un error, un error gigantesco.”

O esta frase, que se vincula mejor a nuestro tema:

“¿Para qué sirven los americanos, si no nos aportan dinero?”

Según Gay, “Freud consideró esta calamidad personal como un ejemplo del típico fracaso americano”. Freud diría:

“Mi intento de darles un jefe en la persona de Frink, que tan tristemente ha fracasado, es la última cosa que haré nunca por ellos”.




Epílogo II

Cuando Abram Kardiner fue analizado por Freud, Frink surgió en la conversación –había sido su primer analista y lo aterraba con historias de cómo quería matar a su padre para tener sexo con su madrastra. Freud le mostró entonces dos fotografías que Frink le había enviado, como comentario irónico acerca de que el Psicoanálisis no puede hacer daño a nadie. Escribe Kardiner:

“Sacó entonces dos fotografías de Frink, una tomada antes del análisis, y la otra después. En la primera, tenía un aspecto normal, mientras que en la segunda se lo veía extraviado, demacrado, devastado”.

Epílogo III

Poco antes de la muerte de Frink, Helen Kraft,  su hija, le preguntaba  qué mensaje debía darle a Freud si alguna vez se encontraba con él. Frink respondió:

“Dile que fue un gran hombre, incluso aunque haya inventado el Psicoanálisis”.


Fuentes  principales.

Zitrin, Arthur:  “Why Did Freud Do It? A Puzzling Episode in the History of Psychoanalysis”, en The Journal of Nervous and Mental Disease,  Vol. 200, Nº 12, 2012.
Roazen, Paul: “Freud y sus discípulos”, 1971.
Edmunds, Lavinia:  “La historia trágica y verídica de Horace Frink, manipulado por las necesidades de la causa”, recogido en “El Libro Negro del Psicoanálisis”, 2005.
Borch-Jacobsen, Mikkel:  “Les patients de Freud”, 2011.
Oberndorf, Clarence: “A history of psychoanalysis in America”, 1953.
Specter, Michael:  "Sigmund Freud and a Family Torn Asunder: Revelations of an Analysis Gone Awry", Washington Post, 8 de noviembre, 1987.
   Warner, Sylas: “Freud's Analysis of Horace Frink, M.D.: A Previously Unexplained Therapeutic Disaster”, en Journal of American Academy of Psychoanalysis,  Vol. 22, Nº1, 1994.

Otros textos revisados en esta nota:

Millet, John: “Psychoanalysis in the United States”, recogido en “Psychoanalytic pioneers”, 1966.
Jones, Ernest: “Vita e opere di Sigmund Freud”,  1953-1957.
Tomo I
Tomo II
Tomo III
Versión reducida, en español:
Tomo I
Tomo II
Tomo III
Roudinesco, Elisabeth: “Freud, en su tiempo y en el nuestro”, 2014.
Roudinesco –Plon: “Diccionario de Psicoanálisis”, 2005.
Swales, Peter: “Freud, lucro y abuso de poder”, recogido en “El Libro Negro del Psicoanálisis”, 2005.
Crews, Frederick: “Freud, the making of an illusion”, 2017.
Gay, Peter: “Freud, a life for our time”, 1988.
Sulloway, Frank: “Reassessing Freud's Case Histories”, publicado por The History of Science Society, 1991.
Roazen, Paul: “The trauma of Freud, Controversies in Psychoanalysis”, 2002.
Albano Lucilla: “Il divano di Freud”, 2014.

Tres artículos en los que se menciona este caso, entre otras muchas violaciones de la ética profesional por parte de Freud:

Gabbard, Glenn: “Boundary Violations and the Psychoanalytic Training System”, preparado para la International Conference on Sexual Misconduct by Psychotherapists, Other Healthcare Professionals, and Clergy, Boston Psychoanalytic Society and Institute, October 3-4,1998.
Gabbard, Glenn: “The Early History Of Boundary Violations In Psychoanalysis”, en Journal of the American Psychoanalytic Association, Vol. 43, Nº 4, 1995.
Lynn, David et al: “Anonymity, Neutrality, and Confidentiality in the Actual Methods of Sigmund Freud: A Review of 43 Cases, 1907–1939”, en American Journal of Psychiatry, vol 155, Nº 2, 1998.

Y el libro de Frink:

 Frink, Horace: “Morbid fears and compulsions”, 1918.